LUNA CRECIENTE

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La luna ya ha sonreído
Más de tres veces
Mientras
El haz claro de tus ojos
Se ha mimetizado con tus recuerdos

La última sonrisa
Que me dejaste
Se quedó entre mis manos
Y se deslizó invadiéndome
Suavemente
Por el caudal de mis venas

El viento frio de este invierno
Empieza abandonar estas calles
Mudas testigas de nuestros pasos
Fugitivos de la soledad

Hoy me he convencido
Que te quedaste tatuada
En el revés de mi epidermis
Para siempre

TIERNA MIRADA

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Se me detiene el mundo
En tu tierna mirada de almíbar
Se fuga mi aliento
Perdido en el hechizo de tus ojos
Caigo silencioso
En la insondable catarata de tus cabellos
Me dejo arrastrar por el rio de tu voz
Sufro la pasión y muerte de tus partidas
Y resucito cada vez que retorno
A la indómita geografía de tu ser

EN EL SILENCIO

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La garua cae como menudas chispas traslucidas
El aire resopla en mis sentidos tu ausencia
Tendré que acostumbrarme a tu partida
A pesar de que nunca llegaste
Te conviertes en el artificio
Que me permite abstraerme
De esta conciencia de estar vivo
Vuelvo a extrañarte una vez más
Y entonces siento a tus manos albas
Deslizándose lentamente por la selva de mis cabellos
Percibo el haz de tu mirada
En un destello repentino de esta oscuridad
Escucho tu voz como ecos
De este profundo silencio
En el que hoy me he sumergido

HOJAS DE OTOÑO

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En el viento se cruzan hojas de otoño rasgadas de invierno
Llevan en sus venas memorias de coloridas primaveras
Polvo de arena en caída libre
Esperan el retorno de los estíos
Mientras tanto
Ellas
Ingenuas sueñan con la eternidad
Danzan al ritmo de la suave brisa de la tarde
Esperando el centellar de los luceros de la noche
Abjuran de su naturaleza dispar
Y resignadas
Se dejan mecer por el vaivén del soplo del destino

LA ESCRIBIDORA

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El bullicio de la calle y los pasos veloces
No impiden que la escritora del jirón Gamarra
Se sumerja en su inspiración
Allí sentada con papeles sobre los muslos
Con un lápiz empuñado sin sosiego
Escribe largas historias de su vida que dejó sin sueños
Con la cabeza rapada y el traje desaliñado
Escribe en un idioma que el mortal común jamás comprenderá
Carga en los ojos la crudeza de la miseria
Pero esboza mientras grafía sonrisas esquivas
Su vida pende de los hilos de su escritura ininteligible
Balbucea historias circulares
Arañando resquicios de cordura
La gente transita impertérrita
La escritora cansada dobla su papel
Camufla su bolígrafo
Se acuesta sobre la vereda
Y en posición fetal
Como una niña se vuelve a dormitar

COMPLICES ETERNOS

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La mañana era fresca todavía, apresuraba el paso para llegar al edificio y una vez allí se sentó en el viejo escritorio de metal. Un día más de la rutina cansada, solo su hijo le arrancaba sonrisas al despertar y luego cuando lo llevaba al jardín, pero después tenía que regresar a casa, hurgar en sus bolsillos el diario y partir. No eran los mejores tiempos, el invierno estaba golpeado y la escasez de actividades. Sus ingresos actuales no cubrían su presupuesto y la desesperación lo asaltaba más a menudo que en otros tiempos
Había pasado la noche casi sin dormir, con un ciento de problemas merodeando su cabeza. Un poco para salir de sus preocupaciones y sus angustias, se preguntó: - ¿Qué será de ella?; tenia tantos líos que en los últimos días ni siquiera la había llamado por teléfono.
Tratando de no moverse fingía dormir, - mañana iré a visitarla-, se dijo para sí, procuraba moverse sigilosamente para no despertar a su compañera de lecho. Los sonidos de la noche parecían confirmarle la sospecha de que algo andaba mal, hacia tanto tiempo que no la veía. Apenas podía divisar el cielo oscuro a través de la ventana, era una madrugada lóbrega, plagada de pálpitos y contradicciones. Después de tanta cavilación el cansancio venció sus párpados y estos cayeron sin que lo note.
Durante el sueño se vio junto a ella asiéndola de la cintura por la espalda y besando tiernamente sus mejillas, como en los viejos tiempos, ella coqueta giraba el cuerpo y lo besaba apasionadamente, susurrando que lo quería. Por esos tiempos, ella con el rostro encendido solo le susurraba – ¡cuidado, nos pueden ver!
Corrió mucha agua bajo el puente, y la luna había girado incansablemente, sin embargo, a pesar de todo, en sus pensamientos siempre se revelaba su sonrisa menuda y sus ojos tiernos. Cada uno había tomado el destino en sus manos y lo moldeó de acuerdo al devenir de sus caminos, desde aquel día en que él decidió irse y ella quedarse en silencio.
Independientemente cada uno se rejuró no volverse a encontrar, pero estaba marcado en el haz del hado de sus vidas, que seguirían frecuentándose mas allá de las promesas juradas y las circunstancias calladas.
Pasaban meses sin verse, y al encontrarse hablaban como si se hubieran dejado de ver sólo el día anterior. No importaba la tormenta en la que hayan estado, les bastaba mirarse, para contarse mil cosas, para desahogar la conciencia y revitalizar el espíritu.
Se convirtieron en una suerte de cómplices eternos que han aceptado tácitamente las diversas aristas de sus vidas, coautores de una historia alternativa y paralela a sus rutinas, que hoy trasciende más allá del orden natural del tiempo y los cánones preestablecidos. En dos palabras amantes silenciosos de esas historias que solo se escriben en las páginas de un libro.
Subió las escaleras, nervioso tocó la puerta, su respiración entrecortada por el agitamiento del ascenso y quizás alimentado por sus presentimientos. Pasaron unos segundos, la puerta se abrió, ella se echó a sus brazos y lloró, lloró como una niña en brazos de su padre. El dejó que se calme, paseo su mano por su cabello y después de un largo silencio, le preguntó:
- Dime , qué sucede?
Me voy a morir, Javier। Tengo Cancer। Y volvió a romper en llanto.-