|

 


OSO

Subió las escaleras con la velocidad de un rayo, empujó la puerta que daba acceso a la azotea, Oso le movía la cola y saltaba a su alrededor, la tarde gris de invierno dejaba sentir un aire frio que zumbaba suavemente en sus oídos. Caminó despacio hasta la parte trasera del único cuarto que había y se sentó despacio sobre el frio piso, su perro se le acercó intentando lamerle detrás de las orejas, él solo atinó a abrazarlo fuertemente, las lágrimas asomaron a sus ojos y esa sensación de rabia, tristeza e impotencia le invadió el pecho nuevamente. Oso se posó frente a él como adivinando su estado emocional con sus peludas patas negras hacia adelante y con su cabeza firme lo miraba sin ladrar.

Que difícil que era pensar en esos momentos, el mismo no entendía como le resultaba tan fácil resolver un problema de aritmética o hacer la tarea del colegio, y era tan difícil comprender porque no tenía una infancia normal, porque debía seguir sintiéndose solo en ese barullo de gente grande que no sabían entender sus travesuras.

Y es que al final, no tenía que ser perfecto, acaso era tan complicado entender que solo quería jugar, que si se olvidaba de algo era porque estaba entretenido, tirado en el suelo manipulando sus soldados, haciendo correr los pequeños carros o enrollando papel periódico, para formar espadas de papel y pelear cual mosquetero contra el viento.

Su ánimo fue cambiando poco a poco, las lágrimas se secaron y esa sensación en el pecho que lo oprimía también se aliviaba con los minutos que pasaban, amaba ese silencio y su perro pese a ser tan inquieto se quedaba junto a él en completo silencio con la cabeza apoyada en sus patas delanteras con los ojos brillosos como si estuviera a punto de llorar.

Oso era un canino chusco de pelaje blanco y negro, alrededor de su cuello como si fuese un collar de perlas, el pelaje blanco le daba un aire de can de raza, años más tarde se convertiría en una suerte de perro chanchero pues encerraba los cerdos ladrándoles y mascullándoles las orejas, ahora era un canino muy joven y super travieso.

Al rato antes de caer la noche, Renato escuchó que lo llamaban a comer, le dio un beso en la cabeza a su mascota alborotándole la testa y dejándolo en la azotea. Cerró la puerta y bajó, Oso rascaba la puerta acabada de cerrar quejándose por no poder bajar. Este ejemplar del mejor amigo del hombre y sobre todo de los niños, ya había causado muchos destrozos la última vez que logro escabullirse entre las piernas de la dueña de la casa, así que tenía terminantemente prohibido bajar, so pena de exilio permanente.

A la mañana siguiente, Renato asistió al colegio, ubicado a tres cuadras de su domicilio, sin presagiar lo que pasaría. Doña María, Tía de Renato subió a la azotea a recoger la ropa que lavó la tarde anterior, pero varias de ellas no estaban en el cordel, buscó al canino que usualmente la recibía ladrando al escuchar que abrían la puerta de acceso, y que extrañamente no aparecía, lo encontró recostado en un rincón mordisqueando aún la prenda que había logrado alcanzar con el hocico y arranchado del cordel. Giro la mirada y ubicó una vieja escoba, y a la voz de perro del demonio intentó golpearlo, Oso logró esquivar el golpe y poniendo patas en polvorosa salió despavorido, encontró la puerta de acceso abierta y bajó a la carrera las escaleras, la tía de Renato bajó tras de él blandiendo el palo de escoba, sumamente irritada dispuesta a castigar al travieso canino. En ese preciso momento se abrió la puerta de ingreso a la casa, Yolanda, la pensionista, quien regresaba de clases. En menos que canta un gallo, Oso asustado corrió con dirección a la calle, sin que nadie pueda hacer nada. El canino no paró de correr hasta tres cuadras después y luego no supo a donde ir.

Tras la formación de salida, Renato regresó a su casa, era un día de sol fuerte después de varios días friolentos, aprovecharía para bañar a su perro. Después de almorz y antes de hacer sus tareas subiría un balde de agua y asearía a su mascota. Los días de colegio, llegaba a casa, saludaba a su tía y antes de lavarse las manos para comer subía a la azotea a ver a su Oso.

-          Buenas tardes tía,

-          Que tal Renatito, ¿Cómo te fue en el colegio?

-          Voy a ver al Oso tía.

-          Espera hijo, siéntate, tengo una noticia para darte

Renato, se quedó en silencio, sabía que algo había pasado por el tono de la voz de su tía.

-          Tu perro se escapó, salió corriendo y no hemos podido encontrarlo, salimos a buscarlo con la señorita Yolanda, pero se ha perdido.

Sus ojos de niño se humedecieron y un par de lágrimas solitarias asomaron a sus mejillas. No pidió explicaciones, sabía que no se las darían, tampoco podía ir a buscarlo, pues solo conocía el camino de ida y vuelta al colegio. En silencio calló su dolor, su única compañía había partido y él no podía hacer nada, donde estaría Oso, perdido, asustado, solo y seguro con hambre y sed.

Pasaron algunos días desde aquella fatídica tarde, Renato después de hacer sus tareas subía a la azotea a mirar a su alrededor y estar solo por unos minutos, la nostalgia por su mascota lo invadía, pero le gustaba recordar sus juegos y correrías en ese tercer piso. En una de esas tardes cuando ya había perdido cualquier esperanza de volver a ver a Oso, le pareció divisarlo en unos corredores de segundo piso ubicados en la misma manzana de su casa pero a donde se tenia acceso desde la calle a la vuelta de la suya. Emocionado bajó las escaleras gritando:

-          Tía, tía, mi perro está a la vuelta.

-          ¿Estás seguro?

-          Si tía, vamos a buscarlo por favor.

A la tía de Renato ya le había pasado la cólera por la travesura del canino y le causaba tristeza su sobrino, que aunque no decía nada, extrañaba a su mascota.

Lo encontraron donde lo había visto Renato, estaba un poco más flaco, pero ni bien divisó al niño empezó a mover la cola. Renato abrazó a su perro y retornaron con él a casa.

-          Hueles mal Oso, necesitas urgente un baño.

A MODO DE PRESENTACIONDEL POEMARIO “Sombra tras sombra cae el hombre.”

|
Siempre que me piden que redacté un prólogo, que haga un comentario, o que realice la presentación de un libro y en especial de poesía, le doy mil vueltas después de haber leído el texto, hasta enfrentarme, como es natural, a la página en blanco, para intentar pergeñar algunas líneas que comenten desde mi particular modo de entender, la capacidad creativa en el manejo del arte de la palabra. Y es que en verdad, déjenme confesarles, resulta ser una tarea que debería ser encargada a los críticos literarios o a los especialistas en estos menesteres.

Sin embargo, en esta ocasión me place presentar el Poemario de mi amigo poeta José María Rengifo Ortega. Quiero dejar en claro que mi comentario no pretende ser una crítica literaria, si no tan solo un acercamiento a la poesía del autor, desde el punto de vista de un común mortal y aprendiz de poeta, como  es, su servidor.

Arrancarle versos a la vida y plasmarlos en un papel en blanco, construir frases que permitan internarnos en el mundo de las emociones a través de la aventura de la poesía, atrevernos a esta difícil tarea de alfareros de la palabra, como diría el poeta Javier Heraud, es, por decir menos, una cosa de locos, porque la gente cuerda con sus cinco sentidos bien puestos, posiblemente se dedique a otros avatares y no a esta desquiciada actividad de hacer poesía.

No obstante, la poesía, ha estado y seguirá estando presente en la humanidad. “Podrá no haber poetas pero siempre habrá poesía”, ya lo decía en su Rima IV, el poeta Gustavo Adolfo Becquer, en el siglo XIX. 

Particularmente creo, que a pesar de la vertiginosidad del mundo en que vivimos, a pesar de la deshumanización del hombre, una de las esperanzas latentes de que el hombre no llegará a maquinizarse es la poesía, pues esta es el arte que refleja el alma y las sensaciones más profundas del ser humano.

Y bueno, José María, pone a nuestro alcance y a nuestro juicio su primera obra literaria “Sombra tras sombra cae el hombre”, el mismo que consta de 36 poemas distribuidos en tres capítulos, el primero del que se ha tomado el nombre del libro, el segundo “el llanto de los silenciosos” y el tercero “lo que ocultan las palabras” la mayor parte de poemas son de corto aliento, en ellos se condensan tres temas universales, el primer capítulo aborda el tema existencial preferentemente, el segundo el tema social y finalmente el tercero el amoroso.

Rengifo Ortega, nos sorprende con versos como: “pues uno no tiene nada seguro/ en la vida si no la certeza de la muerte” del poema “Pavorosa Aventura” o “Entonces,/ uno corre en busca/ del papel o del ordenador / con la ilusion de pescar esa perfeccion,/ pero esta se desintegra y los peces huyen.” En el poema el rostro de una esencia, que es una suerte de arte poética. En el llanto de los silenciosos en cambio el poeta apela al sentimiento social humano, a las raíces de américa como cita en sus versos del poema América Indígena, Levantad, “Varón combatiente, Indio, venid hermano,/ asomad los ojos a mis ojos, pernoctad en mi ladera/ de bronceados científicos y artesanos milenarios” este capítulo consta de tres poemas más, dos dedicados a su padre y una canción a la abeja.

El último capítulo está dedicado al amor, ese eterno pretexto que siempre ha sido culpable de la creación poética, y entonces nos encontraremos con versos que rezan así: “Cada rincón de mi recinto lleva tu casa,/ cada fracción de mi rostro lleva tu todo,/ no hay dedo en mi mano que no sea/ brazo tuyo,/ni lunar en mi frente que no sea tu verruga,/ el amor es así”.

Definitivamente el poeta Rengifo, nos ofrece su opera prima poética, con el corazón abierto, con el alma desnuda y lleno de sinceridad. Me enorgullece en sobremanera, ser partícipe de este nuevo alumbramiento literario y le doy la bienvenida al nuevo hermano poeta, a este mundo literario, muchas veces cuestionado pero ávido de mentes y corazones jóvenes que hagan crecer las canteras de la lira. Y estoy convencido que le espera un largo y promisorio camino en este mundo de versos y líridas.

¡Bienvenido poeta José María.!

 Trujillo, 05 de enero de 2013

AL AMANECER

|

Me asalta la nostalgia entre las dos luces
Ingresan por mi ventana los primeros destellos
Y me sorprenden hurgando en insomnio
Los días que dejé atrás una noche de abril

Que lentos que son los minutos en esta hora
Como pasa la vida en cámara lenta
Con que agudeza percibes hasta tu respiración
Como duelen las ausencias
Y nos trasgreden las tristezas

Tintinean gotas de lluvia en la cubierta
Sigilosamente los rayos de sol se filtran
Entre la masa de nubes grises
Que el viento desplaza a mansalva

La quietud de la casa es sorprendente
Todas dormitan con oníricos semblantes
En pocas horas el laberinto diario volverá a sonar
Entonces mi vida caóticamente hermosa
Recobrando el sentido
Respirará el presente
Y seguiré construyendo sueños
Que creí perdidos

LA PESADILLA Y EL NUDO EN EL ZAPATO

|

La puerta se abrió en la oscuridad de la media noche y el niño vio y sintió como era arrancado de su lecho, extrañamente y sin decir palabra rayando la desesperación y con el corazón a punto de estallar contempló a esa sombra llevándolo y cruzando el umbral de la puerta de su habitación.

Fue la primera pesadilla que tuvo a sus tiernos cinco años, sin embargo el miedo no lo doblegó, contaba para ello con una voluntad de hierro, forjada en su irascible genio de escorpiano, en sus largos silencios de castigo por las travesuras realizadas. No se iba a dejar atemorizar por una sombra nocturna.

A la mañana siguiente, le contó a su mamá, la pesadilla, pero ella ocupada en sus mil quehaceres, ni siquiera le puso atención. Jugó durante todo el día, intentando olvidar lo que le pasó la noche anterior. Había escuchado cuentos sobre duendes que se llevan a los niños, de animales nocturnos que cruzaban los caminos y otras historias más.

La sombra de la noche, empezó a cubrir el cielo gris de la ciudad solariega y Javier, distraído en sus juegos, ya saltando por el corredor o invadiendo el corral de la casa, con sable en mano, libraba mil batallas en las que solitario ganaba a todos sus enemigos imaginarios. El tío José le enseñó a hacer sus espadas con papel periódico, enrollándolo como un delgado tubo y doblando uno de los extremos haciendo una suerte de empuñadura.

Después de cenar a las 9 de la noche, recibió la orden de irse a dormir. Se dirigió silencioso a su cuarto, no quiso apagar la luz por miedo a que se repita la pesadilla. Al intentar sacarse los zapatos, se le enredó un pasador y por más que quiso e intentó no pudo deshacer el nudo. El sueño y el cansancio lo vencían, sin embargo, el no quería dormir, tenía dos razones poderosas el miedo a la pesadilla y ese bendito nudo en su zapato. Sentado al pie de la cama, sacó de la mesa de noche el cepillo de lustrar y cegado por la rabia y el miedo empezó a golpearse los ojos y la boca.

Así, lo encontró su mamá, lo regaño, lo acostó en su cama y se sentó a su lado sin decirle nada más.

Al día siguiente, durante el desayuno y con ánimo sonriente su mamá le preguntó:

Oye, Javiercito, cuéntame porque te golpeabas la boca y los ojos anoche.

Ya más tranquilo, Javier respondió sobre el acto

- En la boca para no llorar.

- Y en los ojos? Replicó la mamá.

Para no dormir. Dijo muy suelto el pequeñín, y sonrió.

Memoria Urbana

|




Parado frente al zaguán
Testigo de mis juegos infantiles
He percibido el olor de mis recuerdos
Empequeñecidos los espacios
Que en antaño me eran inmensos
He trastocado el tiempo
Rasqueteando estos muros
Cargados de sueños oblicuos al presente
La calle no ha cambiado mucho
Crecimos todos
Y en la ebullición de los días
Hemos olvidado la calma de otrora
Precipitando los sentidos
Terminamos los días sin aliento

DUERME, SUEÑA, DESPIERTA, VIVE

|



Duerme pequeña, duerme tranquila
Que así el mundo se me venga encima
Haré una cúpula con mi cuerpo
Para no perturbar tu sueño

Sueña pequeña, sueña tranquila
Deja que las pesadillas nos atormenten a los viejos
Que las batallas por más cruentas que sean
No me abatirán en retirada con tu bandera

Despierta pequeña, despierta tranquila
Que brille en tus ojos la sonrisa
Y tu suave reír inunde mis recónditos suspiros
Ávidos de tus guturales pretextos de hacerte sentir

Vive pequeña, vive tranquila
Ilumina la quinta punta de esta estrella
Que un día le robé al cielo
Trastocando el sino de soledad
Que marcara mi fuero al nacer

QUÉ FRIO

|


Qué frio que hace sin ti
qué soledad tan sola en esta multitud
cómo abrigo mis entrañas
suspendidas en la crueldad de tu ausencia
cómo dejo de escribir
si tu silencio me dicta estas lineas
y descubro que tengo vacias las arterias
que mi masa corporal sigue su ritmo
solo por la inercia de la rutina
cómo comprendo que me fui tras de ti
la última vez que te vi
y que aún no sé como volver conmigo
cómo me convenzo
que tú nunca volveras
aunque regreses