COMPLICES ETERNOS

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La mañana era fresca todavía, apresuraba el paso para llegar al edificio y una vez allí se sentó en el viejo escritorio de metal. Un día más de la rutina cansada, solo su hijo le arrancaba sonrisas al despertar y luego cuando lo llevaba al jardín, pero después tenía que regresar a casa, hurgar en sus bolsillos el diario y partir. No eran los mejores tiempos, el invierno estaba golpeado y la escasez de actividades. Sus ingresos actuales no cubrían su presupuesto y la desesperación lo asaltaba más a menudo que en otros tiempos
Había pasado la noche casi sin dormir, con un ciento de problemas merodeando su cabeza. Un poco para salir de sus preocupaciones y sus angustias, se preguntó: - ¿Qué será de ella?; tenia tantos líos que en los últimos días ni siquiera la había llamado por teléfono.
Tratando de no moverse fingía dormir, - mañana iré a visitarla-, se dijo para sí, procuraba moverse sigilosamente para no despertar a su compañera de lecho. Los sonidos de la noche parecían confirmarle la sospecha de que algo andaba mal, hacia tanto tiempo que no la veía. Apenas podía divisar el cielo oscuro a través de la ventana, era una madrugada lóbrega, plagada de pálpitos y contradicciones. Después de tanta cavilación el cansancio venció sus párpados y estos cayeron sin que lo note.
Durante el sueño se vio junto a ella asiéndola de la cintura por la espalda y besando tiernamente sus mejillas, como en los viejos tiempos, ella coqueta giraba el cuerpo y lo besaba apasionadamente, susurrando que lo quería. Por esos tiempos, ella con el rostro encendido solo le susurraba – ¡cuidado, nos pueden ver!
Corrió mucha agua bajo el puente, y la luna había girado incansablemente, sin embargo, a pesar de todo, en sus pensamientos siempre se revelaba su sonrisa menuda y sus ojos tiernos. Cada uno había tomado el destino en sus manos y lo moldeó de acuerdo al devenir de sus caminos, desde aquel día en que él decidió irse y ella quedarse en silencio.
Independientemente cada uno se rejuró no volverse a encontrar, pero estaba marcado en el haz del hado de sus vidas, que seguirían frecuentándose mas allá de las promesas juradas y las circunstancias calladas.
Pasaban meses sin verse, y al encontrarse hablaban como si se hubieran dejado de ver sólo el día anterior. No importaba la tormenta en la que hayan estado, les bastaba mirarse, para contarse mil cosas, para desahogar la conciencia y revitalizar el espíritu.
Se convirtieron en una suerte de cómplices eternos que han aceptado tácitamente las diversas aristas de sus vidas, coautores de una historia alternativa y paralela a sus rutinas, que hoy trasciende más allá del orden natural del tiempo y los cánones preestablecidos. En dos palabras amantes silenciosos de esas historias que solo se escriben en las páginas de un libro.
Subió las escaleras, nervioso tocó la puerta, su respiración entrecortada por el agitamiento del ascenso y quizás alimentado por sus presentimientos. Pasaron unos segundos, la puerta se abrió, ella se echó a sus brazos y lloró, lloró como una niña en brazos de su padre. El dejó que se calme, paseo su mano por su cabello y después de un largo silencio, le preguntó:
- Dime , qué sucede?
Me voy a morir, Javier। Tengo Cancer। Y volvió a romper en llanto.-